miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un país de inocentes

AUGUSTO HERNÁNDEZ


Hoy es el día de los Santos Inocentes. Estas son personas que, aunque hacen el bien (o al menos no hacen daño), se las culpa de portarse mal. Son las que pagan el pato.
En la República Bolivariana de Venezuela los inocentes están en el gobierno y en la oposición; están en la actividad política y fuera de ella; son de clase media o pobres de atrocidad. Son, en fin, inocentes que parecen culpables, lo cual es muy problemático.
Los ricos, por fortuna, no parecen inocentes, ni les preocupa.
En cuanto a los inocentes de la oposición, la cosa está para coger palco. Como en todas partes, las cárceles están llenas de inocentes acusados de cosas absurdas.
De entrada los presos políticos. Cada uno estudia derecho y tiene un comité de abogados que incluye a toda la familia, aparte de varias ONG que están en contacto con la CIDH de la OEA y el Tribunal de La Haya, donde Diego Arria maneja un grupo de cabilderos de altísimo nivel.
El exilio está abarrotado de inocentes. Inocentes como Carmona, huésped de honor en Bogotá, donde da clases de negocios y asesora al gobierno que lo ampara.
Inocentes como los que se encuentran en Perú, Costa Rica, Panamá o Miami. Pocos de ellos deben sufrir la deshonra de trabajar para vivir, pues muchos tienen sus gastos “cubritos” al estilo Blanca Ibáñez.
Hay inocentes como Orlando Urdaneta, que visita distintos medios: televisoras y radioemisoras, para implorar al borde de las lágrimas que un patriota decente agarre un fusil de mira telescópica y ponga fin a todo este suplicio librándonos del déspota. Naturalmente una petición similar hecha desde Venezuela contra un alto funcionario gringo sería procesada como un acto de terrorismo internacional, pero esa es harina de otro costal.
Hay jueces inocentes como la magistrada que escoltó al preso, lo puso en libertad por la puerta de atrás y lo mandó en una moto-taxi para Maiquetía. Pero es que la gente es muy suspicaz.
En cuanto a los inocentes del gobierno ahí están los tres tristes tigres de Pdval, acusados de dejar podrir miles de toneladas de alimentos, sin que nadie diga ni ñé y el asunto quede en la impunidad.
Ahora tenemos miles de inocentes que sufrieron las pérdidas de sus hogares debido a la vaguada, por andar creyendo que sus viviendas estaban en terrenos seguros, a salvo de inundaciones.
Unos tendrán la inmensa fortuna de recibir viviendas nuevas, regaladas por el gobierno, mientras otros deberán comenzar de cero a reconstruir sus casitas.
En tiempos de revolución los inocentes no deberían actuar como pendejos. Existe y está vigente el derecho de pataleo.